Cuando nos duele la tripa y tenemos gases podemos pensar en la gran comilona que hemos tenido y en seguida lo asociamos con la comida de cumpleaños y los excesos de bebida de ese estupendo encuentro el cual nos está pasando factura. Del mismo modo, cuando nos duele el brazo y hemos cargado una bolsa demasiado pesada asociamos ese evento con ese síntoma molesto de dolor o inclusive al día siguiente de agujetas. Con el “cerebro” somos menos asociativos/as e incluso pecamos de ingenuidad, o falta de credibilidad. No asociamos al cerebro capacidades de sintomatología. Y le creemos importante y primordial para nosotros/as pero no sabemos mucho de él. No nos han enseñado a cuidarle, como nos enseñan a cuidar nuestra espalda de posturas inadecuadas, o como nos dan pautas digestivas para comilonas excesivas, o como sabemos hábitos que van a hacer que nuestra dentadura esté cuidada. Del cerebro, casi nadie nos habla. Lo vemos como “un ente” y no lo asociamos como la parte del cuerpo que nos aporta la conciencia. Por ejemplo, imaginemos que algo nos da miedo y nos late deprisa el corazón. Ese latido rápidamente la asociamos al corazón pero esa emoción la desproveemos de lugar. Y esa emoción, está en nuestro querido cerebro. De igual modo, imaginemos que tenemos una intensa pelea familiar, al día siguiente los pensamientos se vuelven convulsos. Ese estado es “normal” si lo asimilamos a las agujetas que hemos nombrado antes. El kit de la cuestión es ser conocedoras/es de esta información: cómo funciona nuestro cerebro. El cerebro es un mundo que consta de numerosos continentes y grandes extensiones de territorio desconocido. Santiago Ramón y Cajal Si algo ocurre en esa área de nuestro cuerpo podemos pensar en ir a neurología (aunque en muchas ocasiones se va a esa rama médica recomendados/as por otro/a médico/a ya que la propia persona que padece sintomatología desconoce que proviene de ese lugar) y si algo ocurre en nuestras emociones iremos a psicología o incluso a psiquiatría. De este embrollo, y de esta distinción nace la necesidad de conocer la existencia de la neurociencia y la neuropsicología. Me gusta el concepto de neurociencia cognitiva, como la confluencia de neurociencia y psicología cognitiva, haciendo para ello un trabajo interdisciplinar. Hace tiempo pensaba en una metáfora. Creo que desde la psicología en muchas ocasiones podríamos asimilar ser un/a profesor/a de autoescuela sin conocimientos de mecánica. Enseñamos al alumnado a conducir sin entender que es lo que está manejando. Ni el/la propio/a maestro/a ni el alumnado entiende la profundidad del vehículo. Tal vez como mucho el alumnado aprende un cambio de ruedas o incluso poner cadenas. Tal vez, nos preguntemos, ¿para qué? Ya existe el/la profesional de la mecánica. Sí, ese profesional es imprescindible y su figura es primordial porque tiene conocimientos que distinguen sus capacidades. Pero, saber el funcionamiento del vehículo nos haría entender muchas cosas, desde, por qué se ha de cambiar las marchas, porque no hay que pisar de forma constante el pedal del embrague, etc. También haría que se supiesen unos consejos básicos pero muy necesarios: por ejemplo, cuándo cambiar el aceite. Aunque, ¿cuántas personas recién salidas de aprobar el carnet de conducir saben mirar dónde se encuentra el aceite? Y de este dilema, nos encontramos con profesionales que no explican a sus pacientes cómo funciona ese órgano que está produciéndole tanto malestar. Porque entender no cura pero ayuda. Entender te da la posibilidad de integrar, de prepararte, de prevenir, o no, pero te da posibilidades. El saber nos da ese poder. Con el ejemplo de antes, de enseñarnos a cambiar las ruedas o de poner unas cadenas al coche, es muy necesario, pero no debe ser lo único que sepamos hacer. Es como en psicología saber “cuando tienes depresión te baja la serotonina, lo que hay que hacer es subirla, haremos meditación”. El problema de ello, es que, si no aportamos, si no controlamos más información en caso de accidente podemos tener un problema. Y porque una prevención, nos va a dotar de mayor seguridad. ¿Cómo sabemos que una rueda ya está dañada? ¿cada cuánto hay que cambiar las ruedas? Ajá…eso es…creo que me estoy explicando. Voy a añadir, otro dato el cual me parece interesante de ser analizado: Intentamos entender el cerebro de una persona desde otro cerebro, el propio, el mío. ¡¡Guau!! Esto es como intentar enseñar a conducir a una persona desde tu coche, montada la persona en otro coche, su coche. Veis, por tanto, la importancia de enseñarle qué es un coche. Encima de los hombros se encuentra el objeto más complicado del universo conocido. Michio Kaku Aunque no quiero caer en el reduccionismo y decir que sabiendo qué es un coche y cómo funciona está todo arreglado, y ya se puede conducir. Porque conducir es una experiencia, y esa experiencia es muy distinta, dependiendo del clima, de a dónde me dirijo, de si me gusta o me desagrada, de lo que me hayan transmitido otras personas sobre conducir… y esto va a condicionar mi conducción. “… los mecanismos cerebrales nos pueden llevar bastante lejos, pero no llegan a ser capaces de explicar las sensaciones de la mente”. (Gazzaniga, 2010) Parecerá paradójico, el cambio de tema o giro que va a dar el artículo, introduciéndome ahora de lleno en las emociones, algo que parece estar alejado de la cognición. ¿Acaso se enseña a conducir bajo estrés? Se debe tener en cuenta, y poner de manifiesto la importancia de que los procesos emocionales y cognitivos están estrechamente solapados en el cerebro, así como la cognición social. Las emociones se acompañan de reacciones fisiológicas automáticas del sistema nervioso autónomo y endocrino, produciendo cambios químicos en el estado interno del cuerpo que afectan a todo el organismo. Cumplen funciones adaptativas fundamentales para la integridad de la vida relacionadas con el mantenimiento del equilibrio homeostático y, en último término, la supervivencia. Si pensamos […]
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